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martes, 12 de julio de 2011

Estaba, pero ya no.

Hoy, como en otros días de años atrás, me siento sola.
Me siento inútilmente sola, porque sé que en realidad no lo estoy.
Pequeñas risas viajan y se dispersan por toda mi mente, por toda mi alcoba.
Sonrío y cierro los ojos. Miro en mi interior, y sonrío nuevamente para mi.
Entonces me pregunto a mi misma: ¿La compañía prevalece?
No.
Bueno, yo creo que no.
Todo aquí es de paso.
Son mensajes de estrellas, que impregnan nuestro cielo con estampidas de luciérnagas.
Y las luciérnagas siempre se van, lo único que queda es su brillo.
Vuelvo a fumar de mi cigarro.
Aprieto los ojos fuertemente, y deseo que el humo llegue hasta mi cerebro, se quede allí para siempre y me haga olvidar.
El problema es que nunca olvido.
No. Solo lo dejo pasar.
Hace muchos años conocí a un gato. Pero los felinos, al igual que las compañías, solo vienen por ratos.
Y él siempre regresa. Siempre regresa a mi. Y yo siempre regreso a él. Y a veces siento que él es mi casa, y sé que él lo ha pensado también.
Un día ese gato se fue, y no regresó. Yo no quise esperarlo, y también partí.
Hoy nos volvimos a reencontrar, pero ya no nos entendemos nada.
Ya no es mi casa, y yo ya no soy su hogar.
Solo nos queda el brillo en los ojos. Ese que alguna vez nos juntó.