Hoy, como en otros días de años atrás, me siento sola.
Me siento inútilmente sola, porque sé que en realidad no lo estoy.
Pequeñas risas viajan y se dispersan por toda mi mente, por toda mi alcoba.
Sonrío y cierro los ojos. Miro en mi interior, y sonrío nuevamente para mi.
Entonces me pregunto a mi misma: ¿La compañía prevalece?
No.
Bueno, yo creo que no.
Todo aquí es de paso.
Son mensajes de estrellas, que impregnan nuestro cielo con estampidas de luciérnagas.
Y las luciérnagas siempre se van, lo único que queda es su brillo.
Vuelvo a fumar de mi cigarro.
Aprieto los ojos fuertemente, y deseo que el humo llegue hasta mi cerebro, se quede allí para siempre y me haga olvidar.
El problema es que nunca olvido.
No. Solo lo dejo pasar.
Hace muchos años conocí a un gato. Pero los felinos, al igual que las compañías, solo vienen por ratos.
Y él siempre regresa. Siempre regresa a mi. Y yo siempre regreso a él. Y a veces siento que él es mi casa, y sé que él lo ha pensado también.
Un día ese gato se fue, y no regresó. Yo no quise esperarlo, y también partí.
Hoy nos volvimos a reencontrar, pero ya no nos entendemos nada.
Ya no es mi casa, y yo ya no soy su hogar.
Solo nos queda el brillo en los ojos. Ese que alguna vez nos juntó.